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Algunos vienen de los rincones más recónditos del Tíbet. Algunos caminan en peregrinación hacia Lasa durante días o meses. Algunos incluso lo hacen arrodillándose y tumbándose a cada paso, en un viaje que puede durar años.

Todos los tibetanos peregrinan a Lasa al menos una vez a lo largo de sus vidas. Allí se encuentra el corazón del budismo tibetano: el templo Jokhang. El lugar donde se guarda la representación budista más antigua que se conoce, aquella que, según la tradición fue creada en tiempos del propio Buda. Los tibetanos dan vueltas sin cesar en una peregrinación que puede durar días alrededor del templo sagrado, la kora.

Se avanza con dificultad, debido al aire pesado de las grandes altitudes y la marea de peregrinos que usan el invierno, la época donde no se trabaja el campo, para visitar su lugar sagrado. La gente agita el amuleto de la rueda de la vida y cuenta el número de oraciones en sus collares.  Me dejo llevar por las oraciones que repiten murmurando una y otra vez. Siempre la misma palabra de cinco mantras, que de tanto repetir se acabada grabando en todo tu cuerpo.

Es fácil sentir el peso tan fuerte de la religión, que con las ensoñaciones de la altitud y la fuerte presencia de las grandes cimas de la naturaleza, entregan a los tibetanos a sus más fervientes creencias. Pero Buda no es un dios, sino un hombre cualquiera que escapó de la rueda de la reencarnación y de todos los estados de la vida, incluido el de ser un dios. Curioso, que cuanto más cerca se está del cielo, menos se crea en los dioses.