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Esta mañana he visto por primera vez el sol desde que llegué a Rusia. He visto el amanecer desde mi litera del transiberiano. He dormido bastante bien, aun sin poder estirar del todo las piernas, quizás ayudado por el brandy, el vodzka y el whiskey que mi nuevo amigo Sanju compartió anoche.

Llevo 3 días en este tren y empieza a ser difícil saber qué hora es. A medida que el tren avanza en Siberia y traspasa husos horarios, es más complicado. El monótono paisaje repleto de vegetación y pequeños pueblos agrícolas se repite como una constante fotografía en las ventanas. El reloj de cada vagón marca una hora distinta que nuestros relojes y en las paradas siempre se marca la de Moscú. Viajar en el transiberiano es como viajar en una máquina del tiempo, donde las horas van perdiendo poco a poco su significado, hasta que los relojes se olvidan y solo queda el día y la noche.

El sol ha pegado fuerte todo el dia y la temperatura ha subido considerablemente. los sudores y malos olores crecen exponencialmente. No es de extrañar, las 52 personas que llenamos este apretado vagón, llevamos 3 días sin ducharnos y tan solo un par de ventanas se pueden abrir. Paramos cada pocas horas, respiramos aire fresco, fotografió en las estaciones, siempre cerca por miedo a que el tren me deje en tierra en el medio de Siberia y sin pasaporte. En las estaciones se agolpan “babushkas”, abuelita en ruso, que venden comida que ellas mismas preparan. Compro agua y sopas chinas, un bollo relleno de col y verduras y algo de un pan ruso gordo y esponjoso.

Las horas pasan rápido, casi sin llamar la atención, entre leer, escribir hablar con nuestros vecinos y jugar a las cartas. Por las noches bebo con los buretianos de Ulan Ade hasta que el resto del vagón empieza a quejarse. El padre chapurrea un poco de muchos idiomas, incapaz de construir una frase de uno solo. Ha viajado por Europa recientemente y ha aprendido algo de cada sitio. Me habla con nostalgia de su idioma perdido, en Buretia, del que tan solo recuerda unos pocas palabras. Sambetia es buenos días, pero ni siquiera recuerda cómo se dice gracias.

Nunca sabré el momento exacto en que crucé a Asia. Hace 3 días que no miro el reloj y tampoco me seria muy util. El suave y constante movimiento del tren hace que la percepción del tiempo se diluya. Quizás sea la mejor manera de entrar en Asia para el viaje que comienza. La mente se resetea, se libra de prejuicios y se abre fascinada al viaje que me aguarda.

Siberia, 01/09/2010