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Luz de medina

Marruecos se despierta a ritmo lento en los últimos días del Ramadán. Se respira un aire de intensa espiritualidad. El siempre caótico y concurrido zoco amanece como un tranquilo lugar con comercios a medio abrir. El calor es asfixiante y no se puede beber ni comer. La gente serpentea entre los callejones huyendo de los intensos rayos de sol, que se cuelan explotando en un universo de luz y color.

Con la llegada del atardecer, la transformación toma lugar. Los comercios y restaurantes antes cerrados empiezan a abrir. Las calles se convierten en un hervidero de gente en busca de los preparativos para la gran celebración. La espiritualidad deja paso a la necesidad más básica, hasta el amanecer, cuando todo vuelva a empezar.