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Publicado originalmente el 7/11/2010 en Asiantravel2010.blogspot.com

 

Hola a todos!

Estamos ya en Chengdu, la última ciudad China en nuestro viaje, a solo pocas horas ya de embarcarnos en el último tren que nos lleve de camino a Lhasa y el Tibet. Tras muchas complicaciones hemos conseguido alargar nuestro visados para poder visitar el Tibet con la pausa que se merece.

Despues de la intensidad que las grandes ciudades chinas provocan, agotados por el cansancio, Hong Kong se convirtió en uno de esos dias en los que deseas que llueva para no tener que levantarte de la cama. Y llovió, bastante. Pasamos una semana descansando, sin presión en nuestros visados, disfrutando de una ciudad con el exotismo justo pero la comodidad de una ciudad inglesa.

 

 

Hong Kong te seduce con sus luces de neón, atrayendote a su vorágine de consumismo electrónico y materialista comodidad. La ciudad de los cantos de sirena de la modernidad es una constante tentación electrónica. Miles de productos que unas horas antes no sabias que existian se convierten en fundamentales para tu futura supervivencia. Por unas pocas horas, Hong Kong te hace replantearte las cosas. ¿Deberia gastarme lo que me queda de dinero en ese espectacular y barato televisor y olvidarme de los hoteles de mala muerte y las mil horas de tren? Pero no, sobrevivimos (a medias) y continuamos nuestro caminar con la única adquisición de un pequeño netbook que ya teniamos decidido meses atrás para empezar a enviar algunas fotos del viaje.

 

 

Hong Kong es también una ciudad especial. Es quizás la ciudad menos exótica de todo cuanto hemos visitado, pero la que más te deja adentrarte. Encontrar una ciudad a mitad camino entre oriente y occidente donde casi todo el mundo habla inglés, es algo así como una piedra roseta para entender una cultura tan extrañaa como China. Un escenario donde poder sentarse en un banco, en una pequeño pueblo costero a menos de una hora en barco de la gran urbe y pasar horas charlando con un jubilado pescador que pasa todos los días sentado en el mismo banco a la espera de que algun forastero le ayude a practicar su olvidado inglés.

Saliendo de Hong Kong, dejamos atrás la intensidad de la grandes ciudades chinas para adentrarnos en el fascinante mundo de la China rural. Las grandes ciudades se ven ahora en la distancia como uno de esos libros pesados de algun filósofo denso: uno disfruta mas una vez terminado el libro que cuando lo está leyendo, cuando el reposo de lo leido te hace entender el mundo un poco mejor.

La china rural es mas bien un libro de aventuras que uno no desea terminar. Paisajes de leyenda forman la postal mas esterotipizada de China, tanto o casi mas icónicos que sus históricos monumentos. Caminatas de varios dias o jornadas en bicicleta a través de sus parajes naturales o pequeños poblados de unos pocos habitantes donde el transporte público no llega, han formado nuestros días en la región de Guanxi.

Caminamos durante dos días por la terrazas de arroz conocidas como la «Columna del Dragón» por su serpeante forma a traves de innumerables colinas, rodeados de campesinos trabajando en sus arrozales que siempre alegremente nos saludan a nuestro paso. Dormimos en un pequeñoo poblado de apenas 100 habitantes, sumergidos en el centro del complejo sistema de terracitas a nuestro alrededor, donde la vision de estos campos de cultivo te reconcilia con la salvaje intensidad de todo nuestro caminar por la China más masificada e industrializada.

 

 

 

Desgraciadamente llegamos 3 días tarde, cuando la cosecha de arroz ya estaba siendo cortada y puesta a secar en las propias terrazas, privándonos de una vista todavia mas espectacular, con el color dorado cubriendo toda su extension. Nuestra falta de planificación en nuestro viaje trae la ventaja de no saber donde vas a dormir al día siguiente y de sorprenderte cada día con lo que el destino te depara, pero también a veces nos juega malas pasadas al no anticipar este tipo de cosas.

Viajamos despues a la icónica postal de Yanshuo, donde las montañitas karsticas que parecen surgir de un comic manga, te sumergen en un sueño de apacible belleza. Hicimos marchas de varios kilometros en bicicleta o a pie a través de una innumberable cantidad de montañitas divididas por bonitos ríos, con pescadores usando comoranes para pescar, un ave que se sumerge en el agua y buceando devuelve el pez en la boca a su dueño. Campos de cultivo con campesinos trabajando el arroz o el trigo, poblados donde se secan el maiz y el chile, búfalos que se sumergen en los ríos para escapar de las temperaturas y niños que nos gritan hello a nuestro paso. Hasta llegar a la fotografía mas famosa del sur de China, cuyo espectacular paisaje se representa en los billetes de 20 Yuans.

 

 

 

Quizás porque dejamos atrás las grandes ciudades, quizas porque poco a poco aprendemos a evadirnos de las masas o quizás debido a la masiva migración de campesinos a las grandes urbes en la última década, el sur de China ha resultado ser un lugar apaciblemente vacio y tranquilo, teniendo la sensacion de encontrar apoteósicas vistas enteramente para nuestro disfrute personal.

Viajamos despues a la región de Yunnan, a las faldas de los Himalayas, donde la cultura China se entremezcla con minorias étnicas y los primeros picos nevados aparecen en el horizonte. Viajamos por los agradables pueblecitos medievales de Dali y Lijiang. Caminamos durante dos dias por la garganta del Salto del Tigre, la garganta mas grande del mundo con un desnivel de 3900 metros desde su pico mas alto hasta el río que divide el valle.

 

 

 

Ascendimos después hasta Shangri-la, donde el aire empieza a afectar los pulmones a 3200 metros de altitud. No es Shangri-la la legendaria región inmortalizada en Horizontes Perdidos, donde una cultura milenaria ha conseguido permanecer aislada de la civilización. Este bonito pueblo, de cultura tibetana, se autodeclaró a si mismo Shangrila hace unos años para atraer el turismo. Aunque quizás sí sea igual de hermoso que el descrito en el libro y si uno se olvida de semejante leyenda, Shangri-la es quizás el lugar idóneo para apreciar la cultura Tibetana, sin verse afectado de las restricciones que hoy dominan el Tibet.

 

 

 

Esta semana se ha cumplido ya 2 meses desde que empezara nuestro viaje en Moscú. Los pies y la espalda todavia sobreviven a nuestros pesados caparazones, aunque quizás la mente es la que más se resiente. El viaje va tomando con cada paso matices diferentes, huyendo de los momumentos importantes, que parecen repetirse monotonamente, sin prisa de visitar. Pasamos más horas buscando otras cosas, tomando un café en algún relajado rincón, buscando comida casera en algún restaurante alejado del turismo, charlando cuando podemos y nos entienden con gente de la zona, disfrutando más de un relajado día en algún pueblo desconocido que visitando alguna obra cumbre de la civilizacion china. Viajar se convierte gradualmente en una búsqueda de las entrañas, alli hasta donde la comunicación nos permite llegar, que obviamente se interpone como una barrera que solo la suerte que tengamos cada día nos permite a veces franquear.

He perdido ya la cuenta de la horas de tren pero cada vez me siento mas aliviado con sus largas travesias. El tren se ha convertido en nuestro hogar improvisado, algo así como nuestro único punto de referencia. Mientras los hoteles y las camas que visitamos en cada ciudad varian en comodidad, ruidos, olores y tamaños, el tren permanece constante. Subirnos a un tren es algo así como volver a tu cama, quizás la que más veces hemos dormido y por tanto acostumbrado. Un día de tren es como un día de domingo, nos levantamos tarde, leemos un rato, actualizamos nuestros diarios, estudiamos en la guia nuestros próximos destinos. O a veces simplemente miramos por la ventana el paisaje transformandose, mientras la mente va cerrando ciclos, sacando conclusiones y abriendo la puerta al destino próximo. Por momentos olvidando el movimiento del tren como si estuvieramos en continuo reposo. Solo a veces salgo de mi letargo cuando de madrugada me despierto en un tren y no se muy bien donde estoy, tardando unos eternos segundos en encontrar de nuevo mi referencia, mi camino, el destino próximo, de vuelta a mi punto constante, que paradójicamente se mueve a la velocidad de un tren.

El Tibet y las cimas del mundo son nuestro próximo destino.

Un abrazo,
Pablo